Con el tiempo y las obligaciones se va perdiendo la conexión visual y las ganas de conectar y la televisión hacen el resto.
Una historia que podría ser la mía, la de mis padres, la de mis abuelos. la de cualquier pareja que conzcamos. Una historia que realmente no tiene nada fuera de lo común: el día al día con sus tareas, sus altibajos, sus pequeñas batallas, las ilusiones y decepciones. Cada espectador puede verse reflejado en algún aspecto, identificado con alguna situación. Se nos hace muy cercana. Es la vida tal cuál: «esto me suena«, «me pasó, a mi les entiendo perfectamente» o «esto le está sucediendo a…«.
Se deja de ser los mejores amigos para ser simplemente los padres de los hijos.
La pareja se enfrenta con las realidades de su vida matrimonial. Entre las muchas perdidas y decepciones destaca la perdida de amistad. Es la que les lleva al camino duro de la crisis. La conexión perdida. El silencio se convierte en diálogo y la discusión es una regla. En el pasado, Katie (Michelle Pfeiffer) y Ben (Bruce Willis) tenían herramientas suficientes para incrementar su banco emocional, como por ejemplo la idea de hablar de lo mejor y peor del día, o provocar el momento de desagravio juntando sus pies bajo las sábanas, pero estas se han ido perdiendo con el tiempo. La pareja está estancada.
Gracias a la interpretación de los protagonistas, la historia de la película por muy sencilla y común que parezca transmite un mensaje muy claro e importante para el matrimonio. Todos tenemos una «historia de lo nuestro», que puede llevarnos por caminos que nos separen, pero también tenemos la posibilidad de usar las herramientas necesarias para decidir como la queremos escribir.
La frase clave: tu y yo nos convertimos en nosotros.