Estábamos viendo las olimpiadas. Los esfuerzos físicos y las demostraciones de fuerza casi sobrehumanas nos asombraban. ¿Hasta dónde puede llegar la flexibilidad, la resistencia, el control del cuerpo humano? Nos enganchamos porque estas demostraciones de perfección física nos maravillaban. Increíble y bello a la vez.
Me preguntaba una y otra vez lo de siempre: cuánto esfuerzo, tiempo, disciplina e incluso dolor, lesiones, sacrificio tenían que pasar los campeones para llegar a esta maestría, a estos resultados y récords mundiales, a estas exhibiciones impresionantes. Perseverancia, trabajo y disciplina a tope para poder exponer el máximo de su talento y capacidad en el lugar y momento adecuados.
Sin esfuerzo y sacrificio pocos resultados vamos a obtener en algún campo de la vida. Un deportista, para modelar sus músculos, perfeccionar su equilibro y conseguir el dominio de su cuerpo tiene que pasar por dolor y sudor constante. Es entonces cuando empieza a obtener resultados. Algo parecido pasa en un matrimonio. El conflicto, los roces, las tribulaciones nos obligan a cambiar, nos forman y edifican nuestro carácter. Si queremos construir algo duradero no podemos escapar de los obstáculos y quedarnos en la zona de confort. Es entonces cuando aparecen las oportunidades para crecer y fortalecer nuestros caracteres.
Un buen matrimonio no es algo que encuentras. Es algo que trabajas.
Este verano hemos pasado algunas semanas con otros matrimonios y como siempre pasa en los viajes surgieron algunos conflictos y roces. Lo más natural es ponernos a la defensiva, infelices, con ganas de hacer la vista gorda o dejarlo. ¿Por qué me pasa a mi? ¿Por qué tengo que aguantar sus problemas? A lo mejor podríamos utilizarlo como una oportunidad para preguntarnos: ¿Qué puedo hacer yo? ¿Cómo algunos desafíos en mi matrimonio me pueden ayudar a crecer espiritualmente? ¿Y si es una oportunidad para probar mi paciencia, formarme en algún campo nuevo o aprender algo diferente para cambiar yo? Este tipo de sufrimiento lo experimentamos todos, pero solamente los que aprendemos cómo enfrentarlo, entenderlo o reaccionar vamos a poder crecer y desarrollar virtudes nuevas.
Vivimos en la sociedad del mínimo esfuerzo. Tenemos máquinas que trabajan para nosotros, vehículos que nos llevan a cualquier sitio, medicamentos para cualquier dolencia que nos quitan el dolor casi en un instante… Estamos acostumbrados a vivir sin dolores ni incomodidades. Pero todos sabemos que las cosas que tienen un alto valor requieren de trabajo duro, perseverancia y sacrificio. Es así como se forma nuestro carácter. Huyendo de los problemas y desafíos que aparecen en nuestros matrimonios no aprenderemos nada.
A lo mejor nuestros problemas, conflictos y diferencias son una oportunidad para cada uno. Los que somos creyentes para acercarnos más a Dios, y los que no, para formaros mejor, como los deportistas. Entrenar para los momentos concretos donde uno tiene que demostrar su fuerza y dominio. Una escuela para las olimpiadas de la vida.
¿Habéis pensado alguna vez en que vuestro matrimonio os proporciona oportunidades para crecer y fortalecer vuestros caracteres? ¿Queréis compartir algunas experiencias concretas? ¡Escribid, compartid y contadnos lo que opináis sobre el tema!