No sé si alguna vez habéis hecho algún test de personalidad o buscasteis perfiles sobre vuestro carácter. A mi me gustan mucho estos temas y una de las conclusiones sobre mi identidad es que tengo un defecto que se repite siempre y es difícil de corregir: tiendo a ser perfeccionista. La palabra «perfecto» tiende a considerarse algo positivo, pero en pareja la perfección puede ser un defecto. De hecho es un concepto opuesto a la propia naturaleza humana.
Al inicio de nuestras relaciones siempre declaramos querer al otro en su totalidad, incluyendo sus imperfecciones. Pero con el tiempo, sobre todo quienes tenemos esa faceta perfeccionista, procuramos corregir y cambiar lo que no nos gusta. Si tendemos a la perfección en nosotros mismos la vamos a esperar o incluso exigir en nuestra pareja. Es una actitud bastante peligrosa porque nos puede convertir en personas muy duras consigo mismas y con los demás. Nos puede frustrar y cegar. Pero lo que realmente nos decepcionan son las expectativas de perfección, no las personas.
¿Aceptamos los fallos y errores de nuestra pareja, o intentamos cambiarla?
En mi matrimonio éste es mi mayor desafío actualmente. Cada vez veo con más claridad que mis aspiraciones de perfeccionismo impiden mi crecimiento y nos estancan no solamente a mi, sino también a mi marido. Lo primero que tengo que trabajar es esa actitud de perfeccionista. Aceptar mis defectos, ser más flexible y admitir la crítica constructiva. Si lo aprendo, mi marido no va a sentirse obligado a «ser perfecto» sino que, al igual que yo, se dejará influir y escuchará las críticas positivas. Está claro que el cambio debe empezar con uno mismo.
¿Habéis asumido y aceptado vuestras propias imperfecciones? ¿Y las del otro? ¿Tendéis a frustraros si el otro no cumple vuestras expectativas? La aceptación de la realidad y de nuestras imperfecciones es el primer paso para provocar cambios y poder crecer juntos.